"A dónde podrá ir el que hasta aquí llego, si más allá solo fueron los muertos."
Thomas Jefferson.
sábado, 16 de abril de 2011
LA BELLA OTERO
Arruíname, pero no me abandones, Nina”, le decía el duque Nikolái Nikolaiévich, uno de los más prestigiosos amantes/compañeros de pago de la Bella Otero (1868-1965). Carolina, una de las más grandes cortesanas de todas las épocas, era española, aunque no andaluza e hija de una gitana, como pretendía ella, sino gallega.
Despiadada, calculadora, caprichosa y voraz, Carolina tenía el carácter perfecto para convertirse en demimondaine y triunfar.
Fue amante de Guillermo II de Alemania, Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, Eduardo VII de Inglaterra y Cornelius Vanderbilt, entre otros. A su gran colección de joyas contribuyó decisivamente uno de sus admiradores más leales, a quien finalmente arruinó, el barón de Ollstreder. De él, Nina recibió un collar de perlas orientales que había pertenecido a Leónide Leblanc, una famosa cortesana del Segundo Imperio.
Otro de sus “cariñosos” apelativos era la sirena de los suicidios. Al menos siete hombres se suicidaron por ella, entre ellos el explorador, Jacques Payen, que se pegó un tiro en el pabellón chino del Bois de Boulogne porque después de ofrecerle diez mil francos por pasar la noche con él Carolina le respondió: “Yo no recibo limosnas”.
“He sido esclava de mis pasiones, no de los hombres”, afirmaba la bella Otero. Efectivamente, murió en Niza, donde, arruinada por su ludopatía, vivía en un pequeño apartamento gracias a la pequeña pensión que, supuestamente, le pasaba el Casino de Montercarlo en reconocimiento a la fortuna invertida en él, incluidas las exquisitas joyas que Cartier elaboró con su célebre bolero de diamantes.
Cuenta la leyenda que una de las coronas mortuorias llevaba inscrita en la cinta la siguiente frase “Que la rueda siga girando…”. Que gire
ROCIO