Maximiliano Kolbe
La noche del 30 de julio de 1941, en el último recuento del día, faltaba uno compañero del barracón de Franciszek. Sonaron todas las alarmas, los encerraron a todos y los alemanes comenzaron su búsqueda… Por un lado, nos alegrábamos de que alguien pudiese escapar de aquella condena pero, por otra lado, suponía la muerte de otros. A la mañana siguiente, sin haber conseguido capturar al huido, nos sacaron a los 2.000 recluidos en el barracón y nos tuvieron en posición de firmes durante todo el día bajo el sol abrasador. Por la noche, el coronel de las SS Kark Fritsch volvió a pasar lista para elegir a los 10 prisioneros que, como represalia, serían ajusticiados… Franciszek Gajowniczek estaba entre ellos. Cuando dijeron su nombre, dio un paso al frente y murmuró:
Pobre esposa mía; pobres hijos míos.
El compañero que tenía al lado, el prisionero nº 16.770 Maximiliano Kolbe, se adelantó y dijo:
Coronel, soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el lugar de este hombre que tiene esposa e hijos.
Al coronel no le hizo mucha gracia pero, al fin y al cabo, qué más daba matar a uno u otro. Para que la muerte fuese lenta y agónica, los encerraron para morir de hambre… Bruno Borgowiec, un polaco que fue asignado a prestar servicio en la celda donde fueron encerrados, contó antes de morir en 1947:
El hombre encargado de vaciar los cubos de orina siempre los encontraba vacíos. La sed les condujo a beber el contenido. El padre Kolbe nunca pidió nada y en lugar de quejarse animaba a los otros diciendo que el fugitivo podría aparecer y todos sería liberados – efectivamente, apareció muerto en una letrina pero el coronel ya no quiso dar marcha atrás -. Uno de los guardias de las SS comentó: este sacerdote es realmente un gran hombre. Nunca he visto a nadie como él…
Dos semanas pasaron de este modo. Uno tras otra morían, hasta que sólo quedó el padre Kolbe. Aquello se alargaba demasiado y decidieron ponerle fin: una inyección letal. Aquel sacerdote, hijo de alemán y polaca, fue, durante el tiempo que estuvo recluido, una pequeña luz de esperanza en un lugar de desesperación y muerte; igual que lo había sido para 3.000 refugiados polacos, entre los que se encontraban 2.000 judíos, cuando los escondió en un convento cerca de Varsovia tras regresar de Japón y la India donde fundó varios conventos.
Treinta años después, cuando Franciszek Gajowniczek asistió a la beatificación de Maximiliano Kolbe, pronunció estas palabras:
Sólo pude darle las gracias con la mirada. Yo estaba aturdido y no podía comprender lo que estaba pasando: Yo, el condenado, sigo viviendo y otra persona, voluntariamente, ofreció su vida por mí. ¿Es esto un sueño? [...] no tuve tiempo de decirle nada a Maximiliano Kolbe. Me salvé. Y se lo debo a él. La noticia se extendió rápidamente por todo el campamento. Fue la primera y la última vez que un incidente sucedido en toda la historia de Auschwitz.
Durante mucho tiempo sentí remordimiento al pensar en Maximiliano por permitir que me salvase firmando su sentencia de muerte. Pero ahora, al reflexionar, comprendí que un hombre como él no podía hacer otra cosa. Tal vez pensó que como sacerdote su lugar estaba al lado de los condenados para ayudarles a mantener la esperanza [...]
lunes, 29 de octubre de 2012
El condenado al que se le conmutó la pena de muerte por no poderlo ejecutar
John H.G. Lee nació en Abbotskerswell, Devon (Inglaterra) y muy pronto dejó la escuela para ponerse a trabajar como sirviente de Emma Keyse, en la cercana aldea de Babbacombe. En 1879, abandonó la casa para enrolarse en la Royal Navy y, tras pasar unos años en la cárcel por robo, en 1884 regresó para volver a trabajar para Emma Keyse. La mañana del 15 de noviembre de 1884 aparecía el cuerpo de Emma Keyse con la garganta seccionada, tres heridas en la cabeza y parcialmente quemado. Como era de esperar, las sospechas cayeron en el servicio y, concretamente, en John Lee; ser el único hombre en la casa en el momento que se produjo el asesinato y tener una herida en el brazo fueron motivos suficientes para declararle culpable.
El 23 de febrero de 1885, fue sentenciado a ser ahorcado en la prisión de Exeter. James Berry, el verdugo del penal, probó la trampa en el cadalso y verificó que todo funcionaba correctamente, pero en el momento de la ejecución el mecanismo falló… una, dos y tres veces. La ejecución fue aplazada y, posteriormente, el secretario de Interior, Sir William Harcourt, conmutó la pena de muerte por la cadena perpetua. Tras 22 años, y varias apelaciones, John Lee fue liberado.
En aquel momento se perdió la pista de John Lee, aunque parece ser que pudo abandonar el país para trasladarse a EEUU donde continuó su vida en el anonimato. Se cree que John H.G. Lee murió el el 19 de marzo de 1945 en Milwaukee donde apareció una tumba con su nombre y año de nacimiento. Él fue “el hombre que no pudo ser ahorcado“.
Alexander Selkirk
Alenxander Selkirk
Archipielago Juan Fernándezjueves, 25 de octubre de 2012
La chocolatina que descubrió el microondas
Percy LeBaron Spencer, un ingeniero estadounidense nacido en 1894, que en 1941 trabajaba en la compañía Raytheon. Allí se producían magnetrones, que son dispositivos que transforman la energía eléctrica en energía electromagnética en forma de microonda, para generar señales de radio para su uso en el radar. Spencer mejoró el proceso de fabricación de los magnetrones permitiendo el aumento de número de unidades producidas diariamente de manera significativa. La Marina de Estados Unidos le premió por ello. En la foto, Y entonces llegó el momento clave de esta historia, que sirvió de chispazo para que cambiara la vida de muchos de nosotros, que todas las mañanas calentamos el café en un microondas.
Era el año 1945 y Spencer estaba cerca de un magnetrón en funcionamiento cuando se dio cuenta de que una chocolatina que tenía en su bolsillo se había derretido. Después de algunas pruebas adicionales para comprobar que sus sospechas con respecto al microondas iban por buen camino, comenzó el desarrollo del electrodoméstico que todos conocemos hoy y que llegó al mercado un par de años después.
Un gran hombre, Percy Spencer, no solo por el episodio del microondas, sino porque demostró de manera sobrada a lo largo de su vida su capacidad, acumulando unas trescientas patentes durante sus trabajos para Raytheon.
Benjamin Franklin y el cambio horario
Nacido en Boston, Estados Unidos, en 1706, este polifacético personaje se encontraba en París, Francia, cuando en 1784 publicó una carta, aunque de manera anónima, en la que explicaba que los parisinos, gracias a aprovechar de manera más eficiente la luz del sol ajustando sus horarios a dicha luz, conseguían ahorrar dinero, aunque sólo fuera en velas. Lo que venía a proponer Franklin era salir de la cama un poco antes para poder comenzar a trabajar con el sol y, por supuesto, irse a dormir también más temprano, para gastar menos en iluminación artificial. Aquel artículo se publicó por primera vez en el diario Journal de Paris y más tarde se distribuyó una versión en inglés.
Esta idea está en consonancia con una frase de nuestro protagonista: Early to bed, early to rise, makes a man healthy, wealthy and wise, es decir, acostarse pronto y levantarse pronto hace al hombre saludable, adinerado y sabio. En su propuesta, Franklin había calculado que si todas las familias de París que se acostaban tarde y se levantaban con el sol ya en lo alto cambiaran sus hábitos, se podrían ahorrar casi treinta millones de kilos de cera para velas. Casi como una broma, abogaba por repicar las campanas al amanecer para despertar al pueblo.
miércoles, 24 de octubre de 2012
Túnicas Negras
El 27 de septiembre 1540 en Roma, la Sociedad de Jesús -una organización de misioneros católicos romanos- recibieron su carta constitucional formal del Papa Pablo III. Ignacio de Loyola, un soldado español que se convirtió en sacerdote, fundó la Sociedad en 1534. Imprescindible en la Contrareforma del Siglo XVI, los misioneros jesuitas empezaron a actuar fuera de Europa en el siglo XVII. Las “Túnicas Negras”, así conocidos por los nativos en América, a menudo precedían a las naciones europeas en su infiltración por tierras y sociedades extranjeras. Sin embargo la vida de un misionero jesuita estaba en peligro porque las autoridades extranjeras eran hostiles y reacios a sus tareas de conversión; los perseguían hasta darles muerte. Sin embargo, en otras naciones como India y China, les veneraban como hombres de sabiduría y ciencia.
Tratado de Westfalia
El 24 de octubre 1648 Se firma el Tratado de Westfalia, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años y haciendo que el equilibrio de poder en Europa cambiara radicalmente. La Guerra de los Treinta Años, guerras combatidas por varias naciones europeas, fue provocada en 1618 por los esfuerzos del rey de Bohemia para imponer el Catolicismo a lo ancho y largo de sus dominios territoriales.
Los nobles protestantes se rebelaron y en 1630 casi toda Europa se encontraba en guerra. Como resultado del Tratado de Westfalia, el Santo Imperio romano se disolvió, Suecia ganó el dominio del báltico, la independencia de los Países Bajos fue reconocida totalmente por España y Francia se reconoció como el poder occidental preeminente.
La guerra había devastado Europa, sobre todo Alemania donde los mercenarios que había luchado como soldados y que no habían cobrado por sus servicios en la guerra se dedicaron a asolar ciudades, pueblos y granjas.