jueves, 7 de abril de 2011
DIOSAS
La diosa
Durante la época arcaica en Grecia, conviviendo con el tipo de muchacho desnudo, la imagen femenina es la kore, la agradable muchacha de hermoso vestido bordado y amable gesto.
Ellos son presencias genéricas, erguidos en su rigidez miran lejos, más allá de nosotros, ajenos a la presencia del espectador. Ellas son bonitas jóvenes que nos presentan una ofrenda mientras se recogen con gracia el extremo del vestido. Ellos son la esencia inmutable de su género; ellas aparentan una narración, introducen el espacio y el tiempo. ¿Qué y por qué llevan algo en la mano extendida? Hombres desnudos, mujeres vestidas, éste fue el paisaje público en los santuarios y necrópolis de todas las ciudades griegas durante más de dos siglos. El desnudo de ellos es propio del género «natural» masculino, mientras que las mujeres son un artificio, como Pandora, la primera hembra humana, la madre de la estirpe de las mujeres, que se construyó como una estatua de barro a la que los dioses dotaron de vida. El varón real es un hombre desnudo, la mujer real es una construcción artificial.
Así pues, mientras el cuerpo desnudo del varón se había convertido en algo cotidianamente ofrecido a la vista, el cuerpo desnudo de la mujer conserva toda la fuerza de lo oculto, de la prohibición. El desnudo femenino tarda mucho en aparecer en el arte griego. El primer cuerpo femenino que se esculpió fue hecho en mármol por Praxíteles en el siglo IV a. C. [8]. Es el primer desnudo público. Antes, de forma puntual, los pintores de vasos habían dibujado en ocasiones cuerpos desnudos de mujeres, pero eran siempre figuras justificadas por la acción narrada -como mujeres que van a ser violadas- o por su estatus social, prostitutas o heteras. Estos cuerpos femeninos se dibujaban a semejanza de los masculinos. En la escena erótica del medallón de una copa de figuras rojas [9], un hombre abraza y copula con una mujer desde atrás, de tal manera que el pintor ha tenido que dibujar el cuerpo femenino completo y de frente. Ausencia de caderas, pliegue inguinal, abdominales... ¡es el cuerpo de un muchacho! El artista sólo ha sentido la necesidad de dibujar un pecho (por exigencias del guión), y del otro se ha olvidado. El cuerpo de la mujer, en las representaciones griegas del siglo VI y primera mitad del V a. C., es concebido como el de un hombre, pero incompleto. La mujer es l'homme manqué.
En la segunda mitad del siglo V a. C., los artistas comen-zaron a explorar por primera vez la sensualidad del cuerpo femeniño. Una de las primeras figuras fue la Afrodita del frontón principal del Partenón [10]. El cuerpo de la diosa del amor no se muestra, se sugiere, con el vestido tan pegado a la piel que nos deja adivinar el contorno de la figura indolente, abandonada, un cuerpo femenino que se ofrece por primera vez a la mirada erótica masculina. Más tarde, hacia finales del siglo V a. C., el arte sigue desarrollando este nuevo aspecto del cuerpo de la mujer, por ejemplo en la Nike que se ata la sandalia en el parapeto del pequeño templo de la Atenea Nike de la Acrópolis de Atenas, o las mujeres de sugerentes cuerpos envueltas en vestidos vaporosos llenos de pliegues elegantes y caligráficos propios de los dibujos de los vasos del pintor de Meidías, inspirados sin duda en la gran pintura desaparecida de Zeuxis o Parrasio.
El primer desnudo de mujer del arte griego es muy distinto. El cuerpo que moldea Praxíteles se reinventa con nuevos
parámetros; es una imagen pública que ha de ser además asumida corno religiosa por una colectividad. Tal vez, tras un breve análisis, podamos llegar a entender un poco la desmedida reacción que produjo esta escultura, el primer desnudo artístico de mujer hecho en la historia, la Afrodita de Cnido, una auténtica atracción turística en época helenística y la estatua que más éxito tuvo de toda la Antigüedad.
El artista representó a la diosa del amor, Afrodita, en una imagen de culto. Es muy conocido el relato de Plinio de las dos Afroditas esculpidas por Praxíteles, la velada y la desnuda. Sólo cuando los habitantes de Cos rechazaron esta última, la estatua desnuda llega a Cnido, algo que, sin duda, hubiera sido difícil en otras ciudades mucho más conservadoras como Atenas. Pero el escultor, ante tanta innovación, tenía que buscar una excusa a su desnudo, y ésta fue el baño. La diosa ha sido sorprendida (antes o después de lavarse) y se tapa con las manos el sexo —aunque no mucho-, y al mismo tiempo mira al espectador y sonríe:
El templete donde estaba colocada estaba abierto por todas partes para que pudiera verse desde cualquier ángulo la efigie de la diosa, esculpida, según se creía, con el favor de ella misma. La admiración que producía no disminuía desde ningún punto. Dicen que uno, que se había enamorado de ella, se escondió durante la noche y la abrazó fuertemente y la mancha dejada sobre ella fue el indicio de su pasión.
El recinto era una thólos, un edificio circular. La imagen de la mujer se encierra en un ambiente íntimo y umbrío, en un círculo que se puede relacionar con el hogar, con el oikos, y en una acción íntima, la del baño.
Todo nos lleva aal ámbito de lo femenino, a las habitaciones «llenas de sombra» de las mujeres. ¡Qué distinto de las imágenes de los cuerpos desnudos de los varones expuestos a la luz pública desde hace más de dos siglos!
El peligro de esta imagen es que la obra de Praxíteles era tan convincente que la diosa del amor podía provocarlo. En las nalgas de mármol quedaron las huellas del encuentro amoroso del joven que cita Plinio, el cual, a la mañana siguiente, se quitó la vida arrojándose al mar. Otros viajeros menos ardientes no podían sin embargo resistirse a besar la estatua, otros lloraban de emoción al verla. Son muchos, nos dice también Plinio, los que navegaban hasta Cnido por su fama, pero era mucho más seguro ver la escultura de Afrodita en grupo que en privado. Contemplar a una diosa desnuda es siempre peligroso, y más si nos sonríe.
Ver a una mujer desnuda puede causar desgracia. Contemplar lo que no debe ser visto trajo la muerte al rey lidio Candaules. Nos lo cuenta Heródoto. El rey ponderaba la belleza de su mujer y quiso que su oficial Giges la contemplara desnuda. Él se negaba razonando: «¿Qué insana proposición me haces al sugerirme que vea desnuda a mi señora? Cuando una mujer se despoja de su túnica, con ella se despoja también de su pudor...». A pesar de la negativa, Candaules insistió tanto que Giges no pudo negarse y se escondió, siguiendo las instrucciones del rey, en el dormitorio para ver a la mujer cuando se quitara el vestido. La reina se dio cuenta y planeó una venganza, «ya que, entre los lidios —como entre casi todos los bárbaros en general-, ser contemplado desnudo supone una gran vejación hasta para un hombre». Ella llamó al oficial al día siguiente y le dijo: «Giges, de entre los dos caminos que ahora se te ofrecen, te doy a escoger el que prefieras seguir: o bien matas a Candaules y te haces conmigo y con el reino de los lidios, o bien eres tú quien debe morir sin más demora para evitar que, en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de Candaules, veas lo que no debes». Alguien debía morir, y Giges prefirió que fuera el otro.
En el mito hay muchos más ejemplos del peligro que supone ver a una diosa desnuda. Acteón tuvo una muerte terrible al ser devorado por sus propios perros por ver a Ártemis, y Atenea se vengó dejando ciego a Tiresias. Analizando el peligro visual del desnudo femenino, R. Olmos ha sugerido una lectura menos ingenua que la tradicional del episodio de Frine. La famosa cortesana se había bañado desnuda en el mar (como una Afrodita) y fue condenada por escándalo público. Conducida ante el areópago, al dejar caer su vestido, los jueces tuvieron que absolverla abrumados ante tanta belleza. Pero más que un éxtasis estético lo que sintieron los jueces fue miedo. Tal vez el bello cuerpo que tenían ante ellos fuera el de una diosa y más que tener que juzgar a una prostituta exhibicionista estaban ante una incómoda epifanía divina. Contemplar a una diosa desnuda era un asunto peligroso. ¿Cómo atreverse además a condenarla? Exponer a la vista masculina el cuerpo desnudo de una inaccesible y bella mujer produce esta inquietante sensación. ¿No contribuiría esta misteriosa sospecha de riesgo supersticioso al sorprendente éxito de la estatua de Praxíteles en la Antigüedad?
El escultor, siguiendo la tradición, toma como modelo para su desnudo femenino el masculino. Se centra la atención en la fuerza de las caderas, en la belleza del delicado rostro de recta nariz, en el elaborado peinado, y se minimiza la atención hacia los órganos sexuales, con senos pequeños y pubis depilado. Se ha especulado mucho sobre la razón por la cual este primer desnudo de mujer, que a la postre será la convención que se seguirá utilizando durante siglos en la tradición academicista occidental, se idealiza más que el masculino, pues en aquél se representaba el vello púbico y en éste no.
Algunos han sugerido que es un reflejo de la realidad, que la depilación del pubis era una práctica normal entre las mujeres riegas, provocada tal vez por una cierta fobia genital de los varones, un miedo hacia lo femenino, sobre el que me extenderé más adelante. Pero el análisis de los textos, sobre todo de la comedia, así como las representaciones en algunas imágenes en cerámica, sugieren que la costumbre y la moda eran las de una depilación parcial, un pubis «arreglado» más que totalmente depilado. Creo que la razón por la cual los griegos eligen para una imagen pública un sexo femenino depilado es la misma por la cual construyen para el varón esos característicos órganos sexuales mínimos. Son hombres y mujeres adultos con sexo infantil, es decir, inactivo, inofensivo, genérico e irreal. Así, por un lado, el desnudo se hace fácilmente asumible como modelo estético por una colectividad y, por otro, se puede identificar con los altos valores morales de una sociedad de atletas-guerreros y mujeres llenas de virtud, lejos de los ofensivos cuerpos sexualmente activos de sátiros o prostitutas.
A partir de la imagen de Praxíteles se copia de manera más o menos imaginativa una serie de Afroditas durante todo el período helenístico, utilizando casi siempre la misma excusa iconográfica: el baño en el cual son sorprendidas. Una de las más famosas en la actualidad, y de las más tardías, es la Venus de Milo, y una de las más bellas y de mayor sugerencia erótica es la llamada Afrodita Calipigia o de las bellas nalgas [11], hallada probablemente en la Domus Áurea de Nerón y tal vez inspirada en un original en bronce de circa. 300 a. C.
El esquema sigue siendo el del baño, y quizá la diosa se esté aquí secando con una toalla, pero la forma en que esta mujer se aparta el vestido y mira hacia atrás, contemplándose, es mucho más provocativa que en otras estatuas. Extraña mezcla -a nuestros ojos- entre arte religioso y striptease. Aunque tal vez la pose se haya modificado ligeramente en la restauración, el tipo de mujer que se mira sus nalgas es conocido en otros ejemplos. El gesto de iniciación religiosa, relacionado con la exposición de los órganos genitales y que algunos han ligado a la prostitución ritual, sugiriendo que esta Afrodita Calipigia copiara alguna imagen de culto procedente del templo de Afrodita en Siracusa; pero esto dista mucho de estar probado y se ha llegado a decir que la estatua tal vez no represente siquiera a Afrodita sino a una bailarina o a una mortal, ya que el tipo difiere mucho del resto de las Afroditas, pero para este discurso es irrelevante.
Entre las formas de hacer el amor que encontramos representadas en Grecia y en Roma la más frecuente sin duda es la aproximación del varón a la espalda de la mujer. Es una postura tomada de la relación pederasta, y esta preferencia, tantas veces atestiguada en las imágenes, termina por confundir y contagiar una parte del cuerpo con la otra, pues para el culo se emplean los mismos términos que para el sexo femenino (higo, botón de rosa...)El mirar a una mujer desde atrás puede resultar de una ambigüedad suficiente, según quien la mire. El homosexual que ve la Afrodita de Praxíteles se emociona al ver su espalda, y el heterosexual al verla de frente.
Otros datos quizá nos permitan entender (o nos confundan más) cómo se convierten las nalgas femeninas en una preferencia sexual en el mundo clásico. En la época arcaica, encontramos en una mención de Ateneo que las mujeres en Esparta competían y se juzgaban entre sí en un concurso sobre la belleza de las nalgas en el templo de Atenea Calípige, lo que nos sitúa en un nuevo contexto, el de la mirada homoerótica femenina. Mucho tiempo después, en el siglo II d. Q, la misma mirada es recogida por Alcifrón, cuyo texto nos deja compartir un instante que parece animar de movimiento a nuestra estatua de la Afrodita «de las bellas nalgas»: «Lo más divertido fue la discusión que enfrentó a Trialides y Mirrina: se trataba del trasero, de quién lo tenía más bello y delicado. Mirrina, para empezar, se soltó el cinturón -su túnica era de seda- y bajo aquel velo transparente se puso a mover las nalgas, y volvía la cabeza hacia atrás para controlar el movimiento del trasero; luego comenzó a emitir suaves gemidos, como si estuviese haciendo aquella cosa que, por Afrodita, no dejó de turbarme».
El cuerpo desnudo de la mujer jamás tuvo en Grecia (y menos en Roma) las mismas connotaciones positivas que el dominante cuerpo masculino. Lo femenino es para los griegos lo que está más próximo a la naturaleza, en lo que ésta tiene de salvaje e irracional. Los cuerpos desnudos son eróticamente deseables, el de la mujer y el del varón, pero este último además tiene un carácter noble y heroico. Con el paso del tiempo, el desnudo del hombre se generaliza en toda la iconografía del arte griego, regia, funeraria, votiva. El cuerpo de la mujer, sin embargo, no representa más que a una diosa, la del amor
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