jueves, 5 de mayo de 2011
ANASTASIA ROMANOV
Uno de los grandes mitos del siglo XX ha sido si Anastasia Romanov, hija menor del último zar de Rusia, sobrevivió la matanza de sus parientes en 1918. Se ha tardado casi un siglo en darle carpetazo a esta incógnita, aunque el fusilamiento de Nicolás II y su familia sigue plagada de preguntas.
Anastasia Nikolaievna Romanov nació el 18 de junio de 1901 en Peterhof, la residencia de su familia en las afueras de San Petersburgo. Sus padres, Nicolás II y Alejandra (nacida princesa de Hesse) reinaban sobre un vasto imperio que iba desde las estepas polacas al océano Pacífico, y desde Persia al Ártico. El nacimiento de la pequeña tras la llegada de tres niñas seguidas (Olga, Tatiana y María) fue una gran desilusión para sus progenitores, que ansiaban un hijo varón que un día acabaría heredando el trono de los Romanov. Tres años después el ansiado niño, Alexis, vino al mundo, aunque para desgracia de la dinastía, sufría hemofilia.
Anastasia (abajo) y su hermana María, haciendo muecas. Las hermanas estaban muy unidas.
La muchacha creció con sus hermanas en un ambiente feliz y más distendido de lo que podría pensarse. No era una buena estudiante, aunque hablaba perfectamente ruso e inglés, y aprendió francés con su tutor suizo, aunque apenas chapurreaba el alemán, y por lo general era proclive a ser perezosa y traviesa, aunque muy despierta y alegre. Jamás se interesó por la política, es improbable que comprendiese los hechos que arrastraron a Rusia a la Primera Guerra Mundial y luego al estallido de la revolución.
Anastasia no había cumplido todavía los 16 años cuando su padre abdicó el trono ruso en marzo de 1917. Inmediatamente, el ex zar y su familia, junto con un enorme séquito de amigos y sirvientes que voluntariamente decidieron permanecer a su lado, fueron puestos bajo arresto domiciliario, donde permanecerían aislados del mundo exterior. Allí, Nicolás II animó a sus hijos a dedicarse al cultivo de hortalizas y a apartar la nieve acumulada en invierno.
A finales de verano, la familia fue enviada a la ciudad siberiana de Tobolsk, donde se esperaba estarían a salvo de las graves menifestaciones que se producían en San Petersburgo contra el Gobierno Provisional. Una vez que la revolución bolchevique triunfó el siguiente noviembre, los Romanov fueron nuevamente trasladados, pero no a Moscú, donde se les quería juzgar como había hecho la Francia revolucionaria con Luis XVI, sino a Yekaterimburgo, una ciudad industrial en los Urales, donde su fin era todavía un misterio.
Anastasia de niña, con un típico vestido de la corte rusa.
Anastasia maduró durante su encarcelamiento. Fue en Siberia donde cumplió los 17 -su último cumpleaños- y donde comenzó a llevar el pelo recogido en un moño, en vez de llevarlo trenzas, como era la costumbre. A menudo pasaba mañanas enteras leyendo pasajes de la Biblia a su madre, que estaba postrada en su cama, aquejada de ciática. Es probable que su primer enamoramiento fuese de uno de los jóvenes guardias que custodiaba a la familia imperial.
La noche del 16 al 17 de julio de 1918, el jefe de la guardia que custodiaba a los Romanov, Yakov Yurovsky, despertó al médico del zar, el doctor Botkin, y le ordenó que él y los demás prisioneros se vistiesen. La razón que dio probablemente es que necesitaban tomarles una fotografía y enviarla a Moscú, donde se rumoreaba que habían sido asesinados. Pocos minutos después, el zar, su esposa y cinco hijos (incluida Anastasia), su médico, una doncella, un cocinero y un mayordomo fueron llevados hasta una sala vacía en el semisótano de la Casa Ipatiev, donde se situaron para el retrato. Minutos después un pelotón de ejecución entró en la estancia, y tras leer un breve comunicado, abrió fuego a bocajarro. El zar y su mujer cayeron muertos casi instantáneamente. En cambio varias hijas se escudaron tras unas almohadas que habían llevado consigo, a fin de acomodar un poco más a su achacosa madre. Pronto una nube de humo, balas, plumas y sangre empezó a llenar la habitación. Fue necesario esperar media hora para poder apreciar si todas las víctimas habían muerto; aquellos que se seguían moviendo fueron rematados a golpes o con bayonetas, excepto el pequeño Alexis, de 13 años, que recibió un disparo en la oreja
Fosa donde fueron hallados los restos de los Romanov en 1979.
Sabemos que el proceso de ejecución fue lento y sanguinario, pero distó mucho de ser efectivo. Un buen rato después de haber puesto fin al fusilamiento, una de las muchachas comenzó a gritar histéricamente cuando su cuerpo era trasladado sobre una sábana -para no dejar rastro de sangre- a la parte trasera de una camioneta, traída al lugar para su particular y dantesco cometido. Es posible que la joven, cuyos gritos fueron acallados a culatazos, fuese la mismísima Anastasia.
Aquella noche, los trece guardias del pelotón bolchevique habían utilizado varias donas de más de 80 balas cada una. Además, estaban provistos de numerosas pistolas, escopetas y bayonetas, que habrían impedido que una de sus víctimas hubiese sobrevivido milagrosamente. Además había numerosos guardias situados alrededor de la Casa Ipatiev, que estaba rodeada de una alta valla de madera. Es imposible que alguien escapase por su propio pie, y además gravemente malherido, de aquel baño de sangre. La idea de un guardia benévolo ayudase a escapar a la hija de Nicolás “el Sanguinario” es ridícula.
En 1989 se desveló que diez años antes un grupo de historiadores había encontrado los restos de unos huesos en una fosa común poco profunda en un bosque siberiano, a escasos kilómetros de Yekaterimburgo. Además había restos de varios frascos que pudieron haber contejido ácido, así como varios otros objetos personales que podrían haber pertenecido a Nicolás II y su familia. No obstante, sólo fueron hallados nueve cadáveres, que fueron identificados genéticamente en los años 90 como los del zar, su mujer, tres de sus hijas y sus cuatro sirvientes. La identificación pudo llevarse a cabo gracias a comparaciones del ADN de los Romanov y su pariente, el Duque de Edimburgo. No sería hasta el verano de 2007 que se anunciaría el descrubrimiento de dos esqueletos, que posteriormente se confirmaría pertenecían al hijo de Nicolás I y una de sus hijas, bien María o Anastasia. Se confirmaba, pues, que todos los prisioneros de los bolcheviques fueron asesinados aquella fatídica noche de 1918, incluyendo la hermosa y trágicamente joven Anastasia Romanov.
Rocio
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