domingo, 17 de abril de 2011
MARTIN LUTERO
Nacido en Eisleben el 10 de noviembre de 1483, era hijo del minero Hans Luther. Tras asistir a la escuela latina de Mansfeld, estudió en la escuela de los Hermanos de la Vida Común de Magdeburgo y, posteriormente, en la escuela parroquial de Eisenach. En 1501 marchó a Erfurt, en cuya universidad inició los estudios de humanidades. Allí conoció la filosofía de Guillermo de Ockham. Las fuerzas naturales del ser humano no bastaban para observar los mandamientos divinos y ganarse el cielo; por otra parte, los dogmas no se podían demostrar a la luz de la razón. Los suyos eran pensamientos llenos de contradicciones, que por fuerza debían desembocar en la parcialidad. A pesar de que su padre le había obligado a estudiar leyes, Lutero interrumpió dichos estudios a consecuencia de la promesa hecha durante una fuerte tormenta en Stotternheim, que le llevó a ingresar finalmente en el Convento Negro de los agustinos ermitaños de Erfurt. Tras los votos definitivos de fraile, fue ordenado e inició los estudios de teología. En el invierno de 1508 lo envíaron al convento de los agustinos de Wittenberg para dar un curso. En 1510 viajó a Roma representando a su orden, y desde 1512 fue profesor de Hermenéutica Bíblica en Wittenberg. Al mismo tiempo fue nombrado predicador de la iglesia municipal en sustitución del cura párroco de la ciudad, que estaba enfermo. Externamente parecía abocado a desarrollar, sin traumas ni rupturas, una respetada carrera profesional.
Sus padres Hans Luder Margarethe Ziegler
Las 95 tesis. Fue en esta época cuando Lutero entró en contacto con los escritos de San Pablo, en cuyo estudio se enfrascó con pasión para entresacar de él las primeras conclusiones que acabarían con su dramática disidencia con la ortodoxia religiosa impuesta desde Roma: la justificación en la gracia de Dios, generosamente otorgada por el Creador con independencia de las obras. Dicho de otro modo, para Lutero sólo la fe (y no los méritos) podía salvar al hombre. En 1517, Lutero fue designado para sustituir temporalmente al párroco de la Iglesia más importante de Wittenberg, lo que le dio oportunidad para asistir atónito a la campaña autorizada por Roma a petición del arzobispo de Maguncia, Alberto de Brandeburgo (endeudado con el banquero Jacob Fugger), consistente en la venta por toda Alemania, llevada a cabo por el dominico Juan Tetzel, de una serie de indulgencias con el objetivo de conseguir la salvación y cuyo producto estaba destinado a sufragar los gastos de la construcción de la basílica de San Pedro de Roma. El modo en que el dominico Tetzel incitaba a los fieles a comprar indulgencias en favor de las almas de los difuntos era más que perverso: "Apenas suena en el cepillo el dinero, el alma del difunto vuela al cielo". Inspirado obsesivamente por unas palabras de San Agustín ("lo que la ley pide, lo consigue la fe"), Lutero redactó sus célebres noventa y cinco tesis sobre la ineficacia de las indulgencias otorgadas por Roma, la autoridad papal y los artículos que consideraba fundamentos de fe. El 31 de octubre de 1517 las hizo fijar en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg
La excomunión. Semejante acción no podía quedar sin respuesta, y el papa León X inició contra él un proceso por herejía. Lutero hubo de comparecer ante el cardenal Cayetano de Vio, pero no sólo no se retractó, sino que se reafirmó en sus posturas, y las sucesivas entrevistas terminaron con una discusión a gritos con el legado pontificio. En 1520, la publicación de tres libros de Lutero (Llamamiento a la nobleza cristiana de la nación alemana, La cautividad babilónica de la Iglesia y La libertad del cristianismo) no hizo más que añadir leña al fuego. El 3 de enero de 1521, el papa León X le excomulgó. Por medio de la bula Exsurge Domine, el pontífice le había amenazado con la excomunión si no se retractaba en sesenta días, pero el arrogante Lutero contestó con el libelo Contra la execrable bula del Anticristo y quemó públicamente el documento, junto con un ejemplar del Corpus Iuris Canonici, en la plaza de Wittenberg. En la imagen, el cuadro de Paul Thumann titulado Lutero quema la bula papal (1872).
La dieta de Worms. Con la excomunión no acabaron sus preocupaciones. En mayo de 1521, el emperador de Alemania, Carlos V, lo hizo comparecer ante la dieta de Worms. También allí debía retractarse, pero persistió en su actitud. Fue declarado proscrito, pero para entonces su causa contaba ya con el favor de un amplio movimiento popular en Alemania y con la protección del príncipe elector de Sajonia Federico III el Sabio, quien lo hizo conducir secretamente hasta las dependencias del castillo de Wartburg, fuera de la jurisdicción del emperador. Allí comenzó Lutero su traducción al alemán del Nuevo Testamento, que se llamaría la Biblia de Septiembre por haber aparecido ese mes y que conocería un éxito tan enorme que hubo de mandarse imprimir de nuevo en diciembre. En la imagen, Lutero en la dieta de Worms.
La reacción de Lutero a los "exaltados" y más tarde, durante la sublevación campesina, fue de extrema crudeza: pidió ayuda a los príncipes. Algunas de sus duras palabras debieron de estar dictadas por el temor a la anarquía.
Matrimonio. En pleno conflicto campesino, en 1525, Lutero contrajo matrimonio con una exmonja cisterciense de clausura, Katharina de Bora, con la que tuvo seis hijos. Tras la boda, el príncipe de Sajonia le regaló el antiguo convento de los agustinos en Wittenberg, donde junto con su mujer abrió una pensión para estudiantes y siguió incansable con su producción literaria con vistas a apuntalar la Reforma en todas las partes posibles y a defenderla de todos los ataques provenientes tanto desde la Iglesia de Roma como desde dentro del propio movimiento reformador, en el que los anabaptistas y otros reformadores (Zwinglio, Calvino y Knox) intentaban separarse de las doctrinas luteranas. En la imagen, retrato de Katharina de Bora
La Biblia de Lutero. Escritor paradójico, tumultuoso, agresivo e hiperbólico, Lutero, al tiempo que desencadenó con su doctrina herética crueles guerras de religión, sentó las bases de la lengua literaria moderna en Alemania. Su traducción de la Biblia y, en general, su estilo polémico, atropellado y en ocasiones sarcástico se situó en las antípodas del moroso y lento discurrir por silogismos de la escolástica vigente. Algunas de sus palabras, coladas como de rondón en su versión de las Sagradas Escrituras, constituyeron una auténtica hecatombe en la Cristiandad, hasta entonces preservada eficazmente de toda desviación por la Iglesia católica, apostólica y romana. Por ejemplo, en la Carta a los romanos, 3, 28, puede leerse: Arbitramur hominen iusticari ex fide absque operibus, o sea, "consideramos que el hombre se justifica por la fe sin obras de ley". Lutero añadió la decisiva palabra "solamente" ("allein", o sea, el hombre se justifica solamente por la fe), arrimando claramente el ascua a su doctrina. Tan poco inocente desliz lo atribuyó al "genio de la lengua alemana". Y así escribe en su Carta sobre el traducir de 1530: "Pues no se debe preguntar a la lengua latina cómo hay que hablar propiamente, según lo hacen los asnos, sino que se le debe preguntar a la madre en la casa, a los niños en la calle, al hombre corriente en el mercado, y verles en la boca cómo hablan..." Este como hacen los asnos no es sino una más de las muchas lindezas con que escarnece a sus enemigos dialécticos, como por ejemplo a Erasmo de Rotterdam, a quien en Sobre el albedrío esclavo (1525) tacha de "miserable vasallo de los papas", para luego espetarle: "no entendéis nada de lo que decís". En los últimos años de su vida, estando ya muy avanzada su enfermedad, el obstinado monje agustino se despedía con esta fórmula de sus allegados: Deus vos impleat odio Papae ("Dios os llene de odio hacia el Papa"). En la imagen, un ejemplar de la edición de 1545 de su traducción al alemán de la Biblia
Murió al poco de iniciarse el Concilio de Trento. Lo último que escribió fue: A Virgilio... nadie puede entenderlo, a no ser que haya sido durante cinco años pastor o agricultor. A Cicerón en sus cartas nadie lo entiende, a no ser que haya pasado veinte años intensamente dedicado a los asuntos de un gran Estado. A nadie le es lícito pensar que ha saboreado lo bastante la Sagrada Escritura, a no ser que haya gobernado la Iglesia cien años con los profetas. Por eso Juan el Bautista, Cristo y los apóstoles son un milagro excesivo... Nosotros somos mendigos, ésa es la verdad.
ROCIO
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