lunes, 13 de febrero de 2012

El Misterio del Everest ( Articulo y fotos cedido por nuestro amigo Sebastián Álvaro Lomba)

 ¡PORQUE ESTÁ AHÍ!
                                                                                                               Sebastián Álvaro
“Si alguien me preguntara cuál es la utilidad de intentar escalar el pico más alto del mundo, debería decirles que ninguna. Simplemente la gratificación de un impulso, el deseo indómito de descubrir lo inexplorado que late en el corazón del Hombre. Conquistados los dos polos, la poderosa cumbre del Everest permanece ante los ojos del explorador como la única gran conquista posible”. Quien esto afirmaba era George Leigh Mallory, verdadero motor y el alma de tres expediciones británicas que en los años 1921, 1922 y 1924 se plantearon, por primera vez, el reto de conquistar la montaña más alta de la Tierra: el Everest. Desde entonces más de 200 personas han perdido la vida en sus laderas y muchos han desaparecido, pero de todas esas muertes y desapariciones ninguna ha concitado tanto interés en la historia del Himalaya como la que se produjo el 8 de junio de 1924. El misterio y la fascinación por esta historia ha ido aumentando con el transcurso del tiempo y la figura de sus dos protagonistas, Anrew Irvine y Georges Mallory, ha ido agigantándose en el imaginario de los alpinistas.
Fueron los británicos quienes se inventaron el Everest como reto alpinístico de primer orden. Fue otro notable alpinista británico, Alfred Mummery, quien en 1895 intentase la escalada de una montaña de más de ocho mil metros, el Nanga Parbat (8125 mts), pero ni su desaparición en esta montaña ni su expedición tendría la repercusión que tendría las expediciones británicas al Everest. Desde comienzos de los años 20 el Everest fue sustituido como el “tercer Polo”, como había sido denominado, para resarcirse de los fracasos de los británicos en su pugna con los noruegos en el Polo sur. El Everest simbolizaba los mejores valores del alpinismo: un mundo hostil y salvaje, aterrador y misterioso, intimidador y atrayente, la aventura perfecta. Los aventureros que llevaron a cabo aquellas hazañas, parecen personajes extraídos de las novelas de Kipling. Pertenecían a una especie ya extinguida. Eran poetas, escritores, médicos, músicos, agentes secretos, espías al servicio del imperio; la montaña era para ellos sólo una faceta más para aplacar sus inagotables ansias de conocimiento. Aquellas viejas fotografías nos hacen sonreír ahora, al verlos con sus chaquetas de franela, sus chalecos de lana y sus largas bufandas, fumando en pipa a siete mil metros -porque sostenían la extravagante teoría de que el tabaco de pipa favorecía la aclimatación- o comiendo codornices estofadas y bebiendo champán francés. Nadie como ellos merecían la cumbre más alta de la Tierra.
La personalidad más destacada de estos primeros intentos fue un maestro de escuela con inclinaciones socialistas, notable talento literario y uno de los mejores escaladores de su generación llamado George Leigh Mallory. Después de ser el motor de las dos expediciones anteriores, Mallory estuvo indeciso para incorporarse a la expedición de 1924 hasta el último momento. El accidente de 1922, en el que murieron siete serpas y del que se consideraba responsable, pesaba en su ánimo. Entonces ¿por qué volver al Everest? Dos intentos previos agotadores y frustrantes. Una vida familiar abandonada por una quimera. Y sin embargo, George Mallory volvió al Everest por tercera vez, en 1924. ¿Por qué?
¡Porque está ahí¡ 
Esta breve respuesta de Mallory, impropia de su mente analítica y creativa, al decir de alguno de sus amigos, se convirtió en la perfecta síntesis de la grandeza del alpinismo, de la lucha del ser humano por conquistar las cimas más altas de la Tierra. Y, a la postre, en el mejor epitafio de uno de los más grandes aventureros románticos.
La tragedia comenzó a desarrollarse en los primeros días de junio de 1924. Las tormentas monzónicas acechaban ya a las puertas del Himalaya. Ese año se respiraba el aroma de lo definitivo. Un audaz intento del coronel Norton y el doctor Somervell les llevaría hasta los 8.570 metros. Aquellos dos hombres lograron alcanzar, sin usar oxígeno, con sus botas de clavos, sus bufandas y sus chaquetas de franela esa increíble altitud. La cumbre estaba tentadoramente cerca pero desistieron. Vivieron un descenso terrible. Somervell sufrió un serio ataque de tos, que a punto estuvo de asfixiarle, y Norton padeció ceguera de las nieves durante dos días. Gracias a la ayuda de sherpas y compañeros consiguieron alcanzar la seguridad de las tiendas, pero llegaron al Collado Norte en condiciones lamentables. En ese campamento ya estaban preparados Odell, Mallory e Irvine dispuestos a tomar el relevo.
El intento de Mallory e Irvine era la última carta que les quedaba a los británicos. En sus manos estaba el éxito o el fracaso y los dos alpinistas eran muy conscientes de ello. Mallory, con treinta y ocho años y tres expediciones a sus espaldas, se enfrentaba a su última oportunidad en el Everest. Como Mallory había escrito: “la suerte está echada. De nuevo y por última vez avanzamos por el glaciar de Rongbuk en pos de la victoria o de la derrota final”.
El día ocho de junio muy temprano partieron hacía la cumbre desde el campo VI que habían situado a 8.168 metros de altitud. Aquella mañana, el tiempo estaba claro, sin temperaturas muy extremas, teniendo en cuanta la altitud a la que se encontraban, era el tiempo ideal para escalar el Everest. Aunque a principio de temporada las tormentas les habían azotado con una ferocidad inusitada y en pocos días llegaría el monzón, empujado por los vientos húmedos y cálidos del Golfo de Bengala, aquellos primeros días del mes de junio fueron poco fríos, la nieve estaba en buenas condiciones y el viento era moderado. A las doce y cincuenta de la mañana de ese ocho de junio, que marcaría la historia del Everest para siempre, los dos alpinistas fueron vistos por su compañero Noel Odell a unos 8.650 metros, avanzando “resueltamente” hacía la cumbre.
Aquella fue la última vez que se les vio con vida.
Sobre ellos germinó el más grande misterio de la historia del alpinismo. ¿Habían alcanzado la cumbre? Winthrop Young, un personaje clave en el alpinismo británico, afirmó que la montaña había sido coronada, sencillamente porque Mallory era Mallory.  Pero a partir de entonces, en un proceso especulativo no exento de cierta polémica, apenas se les concedió posibilidades de éxito. El testimonio de Odell, único testigo presencial de esta historia, fue despreciado achacándole que tenía que haberse equivocado. Pero, como bien ha señalado Eduardo Martínez de Pisón, Noel Odell era el geólogo del grupo y su conocimiento de los pliegues y relieves de la montaña hace muy improbable que confundiera los escalones de la arista nordeste. De Herzog a Messner, pasando por Hillary y muchos otros alpinistas modernos, se extendió la opinión de que aquellos dos alpinistas no tuvieron ninguna oportunidad. Claro que todas esas opiniones estaban sesgadas, interesadamente, en una dirección. Si aquellos dos británicos hubiesen alcanzado la cima treinta años antes de la expedición de 1953, la historia del alpinismo se escribiría de muy diferente forma. Y ni Herzog hubiera sido el primer hombre en escalar un ochomil ni Hillary hubiese sido el primero en conquistar la cima del Everest y la hazaña de Messner en esa misma montaña se hubiera visto, por comparación, muy disminuida.
Pero no todos los grandes montañeros ni pensadores de la montaña opinan lo mismo. Personas de tanto peso en el campo de la montaña, como Chris Bonington, creen que tuvieron oportunidades de llegar a la cima a pesar de sus anticuados equipos. En cualquier caso, independientemente de que alcanzaran o no la cima, lo importante, lo que ha llegado completamente vivo a nuestros días, es su ejemplo de persecución de un ideal inalcanzable, la vigencia de una ética que pone por delante el juego limpio, que contrasta, desgraciadamente, con las nuevas expediciones comerciales, que han traído el abuso de botellas de oxígeno, la ambición desmedida, la insolidaridad y el desprecio por la vida de los semejantes. Y han convertido la montaña más alta de la Tierra en un circo temático de ambiciones innobles.
El 1 de mayo de 1999 fue descubierto el cuerpo de George Leigh Mallory a 8.230 metros. Presentaba evidencias de haber muerto debido a las heridas sufridas por una caída. Su aparición despejó algunas dudas pero mantuvo intactas otras. El cadáver no llevaba el equipo de oxígeno ni la cámara de fotos. Entre sus pertenencias tampoco se encontró una foto de Ruth que siempre llevaba consigo y a la que había prometido que la dejaría en la cumbre. ¿Llegó a cumplir su promesa? Es una incógnita que probablemente nunca llegue a resolverse. Y quizás sea mejor así.
Después de unos funerales que conmovieron a toda Gran Bretaña, la Royal Geografic y el Alpine Club, promotores de la expedición, celebraron una reunión para escuchar los informes de la expedición. Era tal el interés público que la comisión tuvo que celebrar la sesión en el Royal Albert Hall. El punto final fue el relato de Odell: “Queda en pie el interrogante de si se ha coronado la cumbre del Everest. Un interrogante sin respuesta porque no disponemos de pruebas concluyentes. Pero teniendo en cuenta las circunstancias y si consideramos el punto en que fueron vistos por última vez, creo que existe una probabilidad considerable de que Mallory e Irvine lo lograron. No añado nada más”
En realidad poco más queda por añadir. O quizás si. Fueron los hombres que más se merecieron pisar el punto más elevado de nuestro planeta.














Paseo por la Historia agradece a nuestro gran amigo Sebastián Álvaro Lomba  su colaboración desinteresada en este proyecto)