viernes, 16 de marzo de 2012

El Duque de Lerma







Francisco de Gómez de Sandoval y Rojas


Tordesillas (Valladolid) en 1553
Valladolid en 1625
Político español




Ministro de Felipe III en la corte española del siglo XVII.
Francisco de Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, caballerizo mayor y duque de Lerma a partir de 1599. Nació en Tordesillas (Valladolid), y fue educado en la corte de Felipe II. Su abuelo materno fue Francisco de Borja (San Francisco de Borja). Pertenecía a una familia con tradición desde 1412 en el cargo de Adelantado de Castilla. Un Adelantado era un Gobernador militar y político en tierras recién conquistadas.
Fue un personaje muy poderoso en su época que llegó a dominar y gobernar toda España. Se hizo inmensamente rico a costa de saber manejar el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos. Por otra parte fue un verdadero mecenas en la ciudad de Lerma en Burgos, donde empleó gran parte de su fortuna en engrandecerla y embellecerla contratando a los más sobresalientes arquitectos y utilizando los mejores materiales.
Por su cargo como ministro del rey vivía siempre donde se hallaba la corte; al principio de su mandato este lugar era Madrid, pero en 1601 consiguió que el rey accediera a trasladar la corte a Valladolid que por entonces era una ciudad bastante importante con cerca de 80.000 vecinos y 15.000 casas (el promedio por aquella época era de 10.000 a 15.000 habitantes). El duque efectuó una magistral operación inmobiliaria seis meses antes del traslado, comprando propiedades e invirtiendo en su propio beneficio. Es lo que modernamente se conoce como especulación. Algunas de estas propiedades, como la llamada Huerta de la Rivera, se la vendió años después al rey, pocos meses antes del regreso de la corte a Madrid. Compró también un palacio a don Francisco de los Cobos, edificio que vendió al año siguiente también al rey y que fue convertido en palacio real.
El regreso de la corte de Felipe III a Madrid se hace también por la influencia y los consejos del duque de Lerma. Los historiadores piensan que este regreso estaba preparado de antemano y que en los planes del duque nunca estuvo el hecho de abandonar por completo Madrid. Se sabe por los documentos que se conservan que ya en 1603 existen ciertas maniobras y acuerdos entre el alcalde de Madrid y el duque.
Francisco de Sandoval pertenecía a una familia de la nobleza española. Sus padres eran don Francisco de Sandoval, marqués de Denia, y doña Isabel de Borja, hija del duque de Gandía. Su tío el arzobispo de Sevilla, don Cristóbal de Rojas Sandoval le educó en la corte madrileña de Felipe II y logró introducirle en el puesto de menino del príncipe Carlos, hijo de Felipe II y de su primera mujer María Manuela de Portugal.
A la muerte de su padre, Francisco queda como jefe y responsable del linaje, con más deudas que rentas. Pero el ascenso en su carrera comienza muy pronto con un primer cargo de gentilhombre de cámara del rey. Más tarde, en 1592, pasa a ser gentilhombre de la casa del príncipe Felipe (futuro Felipe III) siendo en ese momento cuando comienza la gran amistad entre los dos personajes. Algunas personas de la corte del rey Felipe II supieron ver desde el principio la gran influencia que el futuro duque de Lerma tenía sobre el príncipe y recomendaron al rey que lo alejase por algún tiempo. Así fue cómo el rey le nombró virrey de Valencia, puesto que ocupó a lo largo de dos años. A su regreso a Madrid el propio príncipe Felipe pidió su nombramiento para caballerizo mayor.
Cuando el príncipe Felipe subió al trono como Felipe III, quiso tener como amigo consejero y hombre de toda su confianza a Francisco de Sandoval quien a partir de ese momento fue el verdadero "rey" de España. Se rodeó de un equipo de gente de su confianza y ditribuyó los puestos más importantes de la corte entre miembros de su familia y amigos. Uno de estos personajes fue Rodrigo Calderón de quien se decía que era "el valido del valido". En 1599, Felipe III le otorga el título de duque de Lerma, y entra así en la categoría de Grande de España.
En 1601 se traslada la corte a la ciudad de Valladolid; será un breve periodo hasta 1606 en que de nuevo regresa a Madrid. Este traslado se debe al duque de Lerma que así se lo aconsejó al rey. Los historiadores creen que fueron dos los motivos que impulsaron al duque para conseguir este traslado: alejar al rey de la influencia de su tía María de Austria (recluida en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, que no veía con buenos ojos la labor de don Francisco y los importantes beneficios financieros que suponían para él este cambio.
El poder del duque de Lerma fue inmenso; llegó a manejar el sello real. Llegó controlar el reino y a tomar él sólo todas las decisiones políticas entre 1599 y 1618. Los incidentes más importantes de su mandato fueron en 1609 con la firma de la tregua con los Países Bajos y la expulsión de los moriscos.
La reina Margarita, esposa de Felipe III no era partidaria de los abusos e influencia del duque de Lerma y a su alrededor tenía muchos consejeros descontentos también. Hubo una investigación de las finanzas que fue descubriendo el entramado de corrupción e irregularidades. Empezaron a caer culpables e implicados, entre otros el valido del duque, don Rodrigo Calderón que fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid. Se desencadena una presión en contra del régimen y ante los acontecimientos, el duque aplica una estratagema que salvará su vida: solicita de Roma el capelo cardenalicio que se le concede en 1618, al mismo tiempo que el rey le da permiso para retirarse a sus propiedades de la ciudad de Lerma. Murió en esta ciudad en 1625, retirado de la vida pública.
Cuando le fue concedido el cardenalato corrió por Madrid una coplilla que decía: Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España, se viste de colorado.

Georges Psalmazar


A comienzos del siglo XVIII un misterioso extranjero cautivó a la alta sociedad londinense con sus fascinantes relatos de sacrificios humanos y canibalismo. Decíase llamar George Psalmanazar, nativo de la lejana isla de Formosa. La historia le reconoce como uno de los más grandes impostores de su época.


Aristócratas, clérigos y científicos competían entre si para llevarse a cenar al extraño joven, simplemente para escuchar sus historias. Formosa era un lugar exótico, y pocos podían ubicarlo en un mapa. Hoy en día lo conocemos como Taiwán, una isla en el mar de China.


Psalmanazar había acudido ante el obispo de Londres con una carta de presentación escrita por el Reverendo William Innes, que estaba destacado en un regimiento militar escocés con sede en Holanda. La carta explicaba la increíble historia de como los Jesuítas habían secuestrado al joven de su isla natal formosiana para llevárselo a Francia. A pesar de las amenazas de tortura, el joven se había resistido valientemente a la conversión al catolicismo y había logrado escapar a Holanda, donde conoció al capellán cuyo celo y dedicación logró convertirlo a la iglesia protestante.


La historia era pura fantasía, inventada por Psalmanazar y elaborada con la ayuda del travieso capellán. Pero el obispo – y cada uno de sus ayudantes – se tragaron cada palabra. Casi de la noche a la mañana, Psalmanazar se hizo una celebridad.


El visitante era indudablemente un hombre de talento. Podía conversar con el obispo en latín, y también hablaba en otros varios idiomas. Como regalo, le entregó al obispo el Catecismo de la Iglesia Anglicana traducido al “formosiano”.


Los patrones de Psalmanazar se morían de curiosidad por escuchar las descripciones sobre costumbres religiosas en Formosa. El imaginativo joven les contó que durante un festival religioso de 9 días de duración, se sacrificaba a 2.000 jóvenes al día sacándoles el corazón y quemándolos en un altar.


Cuando alguien le apuntó que con un ritmo de sacrificios tan alto, la isla de Formosa pronto quedaría despoblada, Psalmanazar explicó que sus compatriotas eran polígamos y que los primogénitos estaban exentos del sacrificio. La esperanza de vida en la isla, afirmó también, era de 120 años. Su propio abuelo había vivido 117 permaneciendo tan vigoroso como un jóven, gracias a la costumbre local de chupar la sangre tibia de una víbora cada mañana.


La audiencia de Psalmanazar suspiraba con deleite cuando les hablaba de las reservas de oro y plata de Formosa. No solo se usaban para decorar los templos sino que sus habitantes empleaban estos metales preciosos para cubrir los tejados y paredes de cada casa… en cada poblado de la isla.


Como el obispo entendió que era importante difundir las noticias sobre esta fascinante nación, él y sus amigos recopilaron una importante suma de dinero para enviar a Psalmanazar durante seis meses a la Universidad de Oxford. Le pidieron que diera charlas a los estudiantes y les enseñara los rudimentos de la lengua Formosiana, con la esperanza de convertirlos en buenos misioneros cristianos y enviarlos a la lejana Formosa.


Además, animaron a Psalmanazar a escribir un libro en el que relatase las costumbres de su exótico país. Publicado en 1704 con el título: “Una descripción histórica y geográfica de Formosa, territorio sujeto al Emperador del Japón“, el libro contenía descripciones maravillosas de los nativos de Formosa, sus vestimentas, su arquitectura y sus ceremonias religiosas. El libro incluía también el alfabeto formosiano, y una traducción del Credo, el Padre Nuestro y los Diez Mandamientos. Casi inmediatamente el libro se convirtió en lo que hoy llamaríamos un best-seller, y fue publicado de nuevo al año siguiente.


Sin embargo, Psalmanazar había cometido el primer error serio en el título del libro. Formosa era una provincia de China, no de Japón. Casi inmediatemente le llegaron las primeras acusaciones de fraude, pero Psalmanazar tenía como costumbre no retractarse nunca de sus afirmaciones.


En una segunda edición del libro, contestó a sus críticos de forma severa acusándolos de mentir. Siempre hubo entre sus oyentes quien dudó de la veracidad de sus historias, pero ahora el escepticismo iba en aumento.


Pronto, todo el mundo llegó a la misma conclusión: Psalmanazar era un fraude, y le desdeñaron y ridiculizaron con saña. Ya no encontró además el apoyo de su cómplice en el engaño, el capellán, al que habían asignado un puesto de importancia en Portugal.


El público al que tanto había deleitado le dio la espalda, y pronto tuvo que ganarse la vida desempeñando trabajos de poca importancia. Tras una seria enfermedad en 1728, se desdijo por completo de su vida pasada y escribió un libro de memorias que aparecería publicado tras su muerte, en el que se decidió a contar la verdad.


Psalmanazar murió el 3 de mayo de 1763. Tenía casi 84 años. Sus memorias se publicaron al año siguiente, pero hasta el día de hoy su verdadero nombre y su lugar de origen real siguen siendo un misterio.