domingo, 10 de abril de 2011

ISLA DE PASCUA





En el más lejano confín de Polinesia, a unos 3.500 kilómetros de las costas de Chile, se halla la isla de Pascua, a la que llegaron las migraciones polinésicas probablemente por la misma época que a Nueva Zelanda. Una vez más tuvieron que adaptarse a circunstancias ambientales totalmente distintas a las de los archipiélagos de la Polinesia central. La isla de Pascua está totalmente desprovista de árboles; la única vegetación son arbustos y matorrales que, evidentemente, no proporcionan madera suficiente para construir nuevas embarcaciones que permitieran emprender el viaje de regreso a los lugares de origen, ni buscar ambientes más propicios.
La madera es tan escasa, que se la considera como un material precioso, y los objetos que se tallaban con ella (siempre de pequeño tamaño) estaban relacionados con las divinidades que adoraban los isleños, o representaban a los espíritus de los antepasados, aunque estas imágenes, más que objetos de culto, constituían una muestra de riqueza para su poseedor, que las ostentaba y exhibía como signo de magnificencia y poder. Estas figuras suelen ser de extrañas formas, retorcidas, distorsionadas, ya que se aprovechaba el mínimo fragmento de madera que podía obtenerse de los arbustos, o mejor aún de los árboles o maderos que llegaban hasta las playas, flotando en el mar, y desde muy lejanas tierras. Las más interesantes de estas figuras se relacionan con los espíritus de los difuntos, a los que parecen representar, ya que presentan una extraordinaria delgadez, con el costillar protuberante y el vientre rehundido, ojos desorbitados y rostro emaciado. Otras imágenes tienen forma de hombre pájaro y se relacionan con la principal divinidad venerada en la isla.
Pero el gran misterio de la isla de Pascua lo constituyen las gigantescas figuras (casi siempre cabezas humanas) talladas en piedra volcánica, que en ocasiones alcanzan hasta 10 metros de altura y aparecen situadas al borde de los acantilados, de cara al mar, y sobre plataformas escalonadas, también de piedra tallada. Además, muchas de estas figuras llevan sobre la cabeza, y a modo de tocados, cilindros de toba roja, que fueron colocados una vez emplazadas las figuras en su lugar.
El enorme tamaño de las cabezas prismáticas, de ojos hundidos en las órbitas, que parecen mirar al infinito, ha provocado las más peregrinas hipótesis, entre las que se incluye considerarlas obra de gigantes o de extraterrestres.
Aunque la piedra en que están talladas es muy blanda, no deja de constituir un arduo problema, si no se cuenta con la ayuda de herramientas metálicas; sin embargo, los pascuenses las tallaban en la misma cantera, con la ayuda de instrumentos líticos. Esa cantera se halla en las laderas del más elevado volcán de la isla, el Rano-Raraku, donde todavía pueden verse algunas esculturas abandonadas, seguramente por no haber podido llevarlas hasta el lugar deseado. Hay que tener en cuenta que esas cabezas llegan a pesar hasta 20 o 30 toneladas.
Otro de los misterios de la isla de Pascua son unas tablillas planas, oblongas, en las cuales aparecen hileras de pequeños motivos incisos, que parecen caracteres de una escritura desconocida. Al parecer, las conservaban los rongo-rongo, hombres sabios que conservaban las narraciones acerca de los antepasados y sus conocimientos. Las tablillas serían signos pictográficos que servían para recordar – o "leer" – tales narraciones.
Desgraciadamente, a fines del siglo pasado gentes procedentes de Perú arribaron a la isla y se llevaron consigo a los hombres adultos para que trabajasen como esclavos en las islas guaneras. Sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos. De esta brutal manera se perdió la memoria de los conocimientos de aquel pueblo que, en tan difíciles condiciones, realizó tan extraordinarias obras.

Moais del santuario de Ahu Nau Nau (playa de Anakena, Isla de Pascua).
Sobre los altos acantilados de la isla se erigieron estas enormes figuras antropomorfas de hasta diez metros de altura, realizadas en toba volcánica y tocados con unos cilindros de toba roja sobre la cabeza. Restaurados en 1980
por el arqueólogo que catalogó los restos de Rapa Nui, Sergio Rapu Haoa, los monolitos fueron colocados mirando al mar como recuerdo de los primeros seres humanos que desembarcaron en sus orillas, que llegaron desde las islas Marquesas alrededor del año 400.

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